El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es una condición que dura toda la vida y que altera la capacidad de una persona para comunicarse y relacionarse con otros.
El autismo está asociado con rutinas y comportamientos repetitivos, tales como arreglar objetos obsesivamente o seguir rutinas muy específicas. Los síntomas pueden variar desde leves hasta muy severos.
La gente con autismo percibe el mundo en forma diferente. Ve detalles que otros no ven y tienen dificultades en procesar los diferentes estímulos.
Por eso, los lugares, personas o rutinas nuevas le representan un desafío. Sostener la mirada del otro puede resultarle amenazante; por eso evita el contacto visual.
A una persona con autismo le cuesta expresar lo que siente así como también entender lo que les pasa o sienten los demás. Tienen gustos e intereses restringidos. Por ejemplo, un niño puede interesarse específicamente por los dinosaurios y por nada más.
Realizar tareas repetitivas les sirve para ordenar un mundo que percibe caótico, por ejemplo, ordenar cajas en fila una y otra vez, la ropa por colores.
Señales de Alerta
En general, los padres y los docentes de educación inicial, son los primeros que notan comportamientos poco comunes en el niño.
Las principales alertas del desarrollo son: falta de sonrisa, no mirar a los ojos, no balbucear, retraso en el desarrollo del lenguaje, no señalar para mostrar, no responder al nombre, falta de juego, reacciones inesperadas frente a estímulos sensoriales, entre otras.
La edad promedio en que se diagnostica el autismo clásico es a los 3 años. Los primeros signos pueden ser evidentes desde los 12 meses. La detección temprana de las condiciones del espectro autista puede mejorar la vida del niño y de su familia.